Necrológica del profesor Marcelo Martínez Pastor

Calladamente entró en el escenario de nuestras vidas y calladamente se ausentó. Así fue nuestro inolvidable maestro, el profesor Marcelo Martínez Pastor. Criado en Colindres al arrullo del cantábrico, formado en Comillas al cobijo de los Picos de Europa, robustecido en Roma y Alemania al amparo de los grandes maestros, adquirió una robusta envergadura intelectual, que se evidenciaba en la palestra académica y en la conversación, en la universidad y en el foro. Hombre que vocacionalmente personalizaba aquella máxima senequista de “saber no sólo para uno mismo sino también para los demás” proyectaba su magisterio doquiera se le requiriese. Siempre accesible, siempre cordial, él no necesitaba tarima ni peana para impartir doctrina, simple y humildemente la ejercía en consultas de despacho o de pasillo, y era en sus respuestas o comentarios donde su figura se agrandaba. Para los que tuvimos el privilegio de tratarlo, era como ese guionista, apenas conocido para el gran público, pero imprescindible para nuestro quehacer profesional. Así fue la vida de mi añorado Marcelo Martínez Pastor, mejor, de nuestro admirado a la par que querido, Don Marcelo Martínez Pastor. Porque si alguien merecía ese título, por su dominio en distintos campos, bien el de la filología clásica y medieval, bien el de la patrística, fue él, quien humildemente rehuía toda notoriedad. Recordemos, a este propósito, que sus trabajos sobre Rufino como intérprete de Orígenes, sus estudios sobre la épica hispano-latina medieval y sobre las crónicas medievales son de cita obligada. Pero su auctoridad académica desbordaba estos campos. Por ello él era nuestro asidero intelectual, desconocido para quienes no lo trataron, pero imprescindible para los que, insisto, tuvimos el privilegio de gozar de su amistad. Del círculo de sus conocidos no ha habido persona que no se beneficiara de alguna manera de sus saberes: a unos les ayudaba a traducir un texto latino o alemán, a otros a entender el sentido de una frase o el objetivo de un artículo, y no faltaron colegas que le pedían la revisión de un trabajo antes de publicarlo o científicos botánicos que lo convirtieron en su gracioso colaborador para fijar los nombres latinos de plantas. Siempre con desprendida atención, siempre con cordial solicitud iba dando satisfacción a cualquier demanda intelectual. Nadie mejor que su esposa, Carmentere Pabón, sabía de la inteligencia y saber de su marido, bajo cuyo magisterio desarrolló parte de sus trabajos en literatura latina medieval, nadie mejor que su hija encarna la inteligencia y sencillez de su padre. Todos los que tuvimos la dichosa fortuna de tratarle sentimos la deuda que a él le debemos: gracias querido maestro, gracias sabio amigo. Mientras tengamos una mínima consciencia de nuestra particular historia, cada latido de nuestro corazón evocará en nuestra mente la fórmula “gratias plurimas agimus tibi, care magister”, mientras la memoria no nos abandone, el “non omnis moriar” horaciano, lo sentiremos referido al amigo y maestro Don Marcelo Martínez Pastor.

Antonio Alberte González